Las
restricciones cambiarias dicen mucho más que solamente eso. Es incorrecto
pensar que forman parte de un capricho o una visión ideológica. En realidad es
una solución equivocada. El modelo dejó de funcionar correctamente sobre
finales de 2007, y sin las correcciones necesarias, los desfasajes se
acumularon. Algo parecido sucedió en el segundo semestre del 98 cuando la
convertibilidad enfrentó un dilema semejante. Años después, el baldazo de agua
fría cayó en quienes no conciben a la economía como lo que es, una ciencia, y
no una mera herramienta para hacer política.
¿Por qué la Argentina piensa en
dólares?. La respuesta se deduce de la historia. Las
propiedades de cualquier moneda son: unidad de cuenta, reserva de valor y
unidad de medida. En los últimos 43 años en Argentina las hiperinflaciones,
cesaciones de pagos, quiebras y corridas bancarias, devaluaciones recurrentes y
la sustracción de trece ceros a la moneda, son un buen marco explicativo. Ya se
intentó con los mercados desdoblados,
los corralitos y todo tipo de prohibiciones. No funcionaron nunca. Sin embargo,
que no fuera así en el pasado, no es la mejor argumentación de por qué fallarán
en esta oportunidad.
El actual cepo cambiario es un
medida pobre técnicamente, en primera medida, por ser inconsistente. Busca
evitar la adquisición de dólares para preservar
que las Reservas Internacionales no se sigan deteriorando, pero es probable que
termine consiguiendo exactamente lo contrario.
En el
camino, vulnera los derechos individuales a ahorrar en la moneda que se desee o
a transaccionar libre y cómodamente. También limita las libertades de tránsito,
no las prohíbe pero las complica. La economía está al servicio de los hombres y
no los hombres al servicio de la economía.
Por otra
parte restringe la oferta de divisas, aumenta el pánico y potencia su demanda. Es
conocido que sólo basta con prohibir para despertar un apetito dormido. La
conjunción de ambas termina siendo una combustión letal para el precio, en un
mercado reducido y ahora mucho más.
También,
lejos de blanquear la economía como se desea, acentúa el manejo informal de las
operaciones, dado que todo lo que no se puede hacer bajo el sol se hace en las sombras.
En
paralelo desalienta la inversión de propios y foráneos, y hecha leña al fuego
de la inflación, que de por sí ya es altísima. Inmediatamente paraliza a sectores
que habían colaborado fielmente con el crecimiento en los últimos años, como es
el caso del inmobiliario. Todo esto termina inexorablemente resintiendo el
nivel de actividad que ya estaba claramente en peligro.
En la causa radica la posible
solución. La deteriorada situación fiscal, que pasó de
superávit récord 2004 a déficit fiscal a partir de 2009, explica demasiado.
Nada de todo esto estaría ocurriendo con la perpetuidad de la situación fiscal
2003/2005. Después está todo lo demás, monetización del déficit fiscal,
inviabilidad del acceso a los mercados de capitales, caída del peso específico
de la balanza comercial en la economía, fuga de capitales récords de propios,
mensaje a la inversión, inflación y caída de Reservas. Todo tiene que ver con
todo en economía. Ni
siquiera los fabulosos términos de intercambio que subieron 41% en once años y
se sitúan en récords históricos evitan el mal momento. Cabe señalar que los
países de la región, con excepción de Venezuela, no están en la misma condición.
Una muy
respetada economista estadounidense, Carmen Reinhart de la Universidad de
Maryland, sostiene que la Argentina no
ha aprendido nada de 2001. Es posible, y más aún, las lecciones de la década
del 80 parecen no haber sido capitalizadas tampoco.