domingo, 15 de julio de 2012

Europa: una encerrona que precisa dirección

Publicada en el Diario La Prensa
  
Nadie duda sobre los poderosos efectos iniciales que tuvo la conformación del segundo bloque económico del mundo para las economías europeas. La integración generó fuertes mecanismos para la expansión de la actividad y el crédito, tanto para los gobiernos como para los privados y justamente esto último parece estar sellando su suerte. El descenso en los tipos de interés debió haber sido utilizado para acelerar las reformas estructurales, para incrementar la solvencia, para reformar el sistema bancario, para achicar el riesgo sistémico y para conformar una zona en la cual sus miembros se parezcan. Lo acontecido refuta lo anterior. Grecia, por tomar un ejemplo aunque no es el único caso, se incorpora a la Unión durante el 81 y a la Eurozona en el 2001. Durante 1990 el déficit ya conformaba 14.5% del PBI y la deuda pública alcanzaba el 73% del producto. El ingreso a la zona mejoró los estándares sociales y de bienestar poblacional pero en forma paralela motorizó el gasto y el endeudamiento irresponsable, tanto público como privado. La deuda pública durante el 95 alcanzó el 110% del PBI y 10 años después el 135%. Con el advenimiento de la crisis internacional que impacta en la Eurozona a partir del 2007 los indicadores fueron empeorando, el déficit se instaló en los dos dígitos largos como porcentaje del producto y la deuda superó el 160% del PBI.  
 
Dinero fresco, refinanciaciones, quita homérica y en algún caso por triplicado, encuentros y desencuentros, palabras que se van devaluando día tras día,  leña para la caldera de los mercados y grandes interrogantes futuros. Nada parece suficientemente para despejar las dudas. ¿Qué es lo que realmente ocurre? El problema no es solamente financiero, es de funcionamiento de la zona. El modelo se agotó y no puede dar más respuestas en estas condiciones a las diferentes dificultades que se presentan.
  
Acalorados debates académicos y políticos sobre la eventual solución, rememorando viejas contiendas entre clásicos y keynesianos, pero ni unos ni otros dan en el clavo. Las respuestas parecen obsoletas. La heterodoxia auspicia un gasto mayor como solución al problema. Es decir, generar más insolvencia sobre la insolvencia, sencillamente no parece coherente. Tampoco parece auspicioso ahorcar más al ahorcado, pidiéndole más y más ajuste como señala la ortodoxia. Se sabe que generará más recesión. El corset monetario no colabora.  Si bien la productividad en distintos estados de EE.UU. es diferente, existe un gobierno central y Banco Central que bien o mal toman decisiones. De hecho la asistencia a varios estados, como consecuencia de la crisis inmobiliaria, ha sido más abundante que muchos rescates europeos. En Europa la encerrona es evidente. También resulta bastante claro que a Europa se le están acabando las balas y el tiempo. Hace ya bastante que las opciones eran dos y no más:
 
a)     Salidas parciales de la Unión con el eventual riesgo de una desintegración;
b)     Una Unión fiscal  entre los miembros fuerte, duradera; y vemos.
  
Ninguna de las dos constituía una salida fácil ni segura, pero lo peor sigue siendo no avanzar decididamente en ninguna dirección. La salud económica por definición, está caracterizada por un bajo nivel de endeudamiento y su mejor direccionamiento es hacia la Inversión, no al consumo. Como solucionar los problemas fiscales en los actuales niveles es bastante complejo, tal vez se pueda empezar por buscar alguna manera de prevenirlos. Una conducta fiscal ordenada a lo largo del tiempo puede contribuir a tal efecto. Esta es una oportunidad, entonces, para rediseñar un sistema que tenga en cuenta todo lo anterior, bien auditado, trasparente y que limite excesos. ¿Tendrá la Eurozona ese sistema de ahora en adelante?